Quiero iniciar esta sección con un escrito personal, una reflexión, un compartir vida, miedos, dolor y certeza, esperanza y fe.
Cómo ya explico en la sección "Autora" llevo casi toda mi vida implicándome en realidades de exclusión, queriendo luchar por construir un mundo mejor, queriendo ayudar a que no existan “los nadies”, aquellos “que no son, aunque sean; que no tienen nombre, sino número” (Galeano, E. 1989); y esta realidad, muchas veces se cambia dando pequeños pasos, abriendo bien los ojos a nuestro alrededor para ver aquello que “es invisible a los ojos” (De Saint-Exupéry, A. adaptación de 2008) que no es perceptible; escuchando no solo los gritos, sino también los silencios de nuestro entorno; sintiendo a aquellos que ya casi no se ven, que poco a poco van desapareciendo.
En toda esta "lucha" interminable, mi motor y mi modelo a seguir siempre han sido Jesús de Nazaret y el evangelio. Siempre he tenido la certeza de que hay algo más grande que yo, Dios, que nos sostiene, nos acompaña y nos da la fuerza para continuar, una fuerza que a veces escasea en nuestra naturaleza humana. Un Dios, que es Padre, que es "Abba". Un Dios que es compasión, misericordia y Amor. Amor infinito, Amor eterno.
Desde ahí, la muerte no es muerte, porqué Él la ha vencido. Podemos hablar de lenguas de fuego, del viento que sopla, de la delicada y apacible voz que escuchó Elías, o también podemos hablarle a los niños del suave vuelo de las mariposas.
Con todo, mi objetivo principal es hacer llegar ese Amor infinito y eterno a todo el mundo, y en especial a los niños. Es acercarle de una manera sencilla y asequible, la resurrección y la vida que va más allá de la muerte, la vida eterna.
Por ello, la muerte no es el final... es UN NUEVO PRINCIPIO.
Cuando mi madre falleció (noviembre de 2020), mi hijo mayor tenía 4 años y mi hija menor 2. El final de su vida era predecible, un cáncer la estaba consumiendo rápidamente en los últimos meses, por lo que yo ya llevaba un tiempo "preparando" a mis hijos para lo que iba a suceder.
Por aquellos tiempos, mis hijos veían una y otra vez Frozen II (Disney), y en la película se habla de los cuatro espíritus, siendo cada uno de ellos, uno de los cuatro elementos (agua, fuego, viento y tierra).
Recuerdo que cuando mi madre falleció y se lo expliqué a mis hijos, Manel, mi hijo mayor, con su cabecita de niño de 4 años, me preguntó "¿Entonces, la abuela ahora es como el espíritu del viento?".
Recuerdo reír y pensar "no lo he hecho tan mal". Ahora tienen 8 y 6 años, y los dos saben y sienten que la abuela sigue viva, aunque de una manera diferente. Su espíritu sigue vivo, sigue acompañándonos, y está junto al Padre.
Para terminar esta entrada, comparto con vosotros algo muy personal. Comparto el texto que escribí la mañana del entierro de mi madre, la despedida que leí en su funeral (al día siguiente del fallecimiento). Aquella mañana desperté con la certeza de saber que mi madre estaba viva, y que por fin había sido liberada del sufrimiento y dolor que su cuerpo le causaba.
Comparto esta canción de manera especial, ya que es una canción que también ha ayudado muchísimo a mis hijos a entender mejor la resurrección y a cantar con fuerza y alegría que Él ha resucitado, que Dios existe, Dios es grande. Y con Él, la muerte ha sido vencida y la resurrección nos ha sido regalada a todos.
Comparto este video con vosotros, donde podéis ver y escuchar un extracto de la entrevista que me hicieron, con motivo del día de Todos los Santos y todos los difuntos, para la revista Paraula, de la archidiócesis de Valencia.